‘The act of Killing’ (Joshua Oppenheimer y Christine Cynn)

evil_tvEste inquietante documental danés fue, en un año yermo en cuanto a cintas interesantes, no un soplo de aire fresco sino más bien una bofetada con la mano bien abierta en las caras de los espectadores que tuvimos la oportunidad de asistir a esta perturbadora experiencia fílmica cuyo fin último es mostrarnos lo peor y más aborrecible de la condición humana, nuestra condición. Más allá de maniqueísmos pueriles, los realizadores de este trabajo sobresaliente, dejan hablar a los monstruos, intentando comprender el porqué de sus actos y al mismo tiempo, nos enfrentan a un espejo deformante en el que,  sin escapatoria posible, nos vemos a nosotros mismos.

El documental escrito y dirigido por Joshua Oppenheimer y Christine Cynn parte de una premisa cuanto menos fascinante: piden a un grupo de antiguos integrantes de los escuadrones de la muerte de Indonesia, ya con una edad más que provecta, que recreen en una película los crímenes y aberraciones que cometieron tras la llegada al poder del general Suharto en 1965. Y, sorprendentemente, este puñado de avejentados asesinos aceptan orgullosos la propuesta, no en balde continúan siendo considerados héroes nacionales. Más sorprendetemente aún, Oppenheimer y Cynn ven como todas las trabas y presiones sufridas cuando plantearon este documental de una manera más «convencional» (entrevistando a las víctimas supervivientes del genocidio) se vuelven facilidades, sonrisas y voluntad de participar por parte de los genocidas, al sugerirles tan delirante proyecto.

Aunque queda claro que The act of killing» no es una lección de historia,  los realizadores no renuncian a contextualizar (con pinceladas ágiles, eso si) el horror desatado en ese, actualmente, considerado paraíso del turismo. Así, se nos recuerda como, décadas atrás y con la connivencia de Estados Unidos, los miembros de los escuadrones de la muerte  llevaron a cabo uno de los mayores genocidios del siglo XX, con una cifra de víctimas que aún hoy se desconoce con exactitud pero que rondó el millón de muertes. No obstante,  Oppenheimer y Cynn no se detienen ahí.

ActofKilling-StrangleLas increíblemente crueles aberraciones cometidas por estos autodenominados «freemen» hacen imposible el no posicionarse ante ellas (especialmente sabiendo la impunidad absoluta de la que han gozado estos actos). Pero Oppenheimer y Cynn no buscan la indignación de unos cuantos occidentales, ratas de cine-club y de sesiones en VO (ante tamañas atrocidades hubiera sido demasiado fácil caer en la tentación de simplificar la situación colocando las etiquetas de víctimas y verdugos y repartiendo culpas…).

Tampoco pretenden sacar los colores o castigar a un régimen que ha cubierto con un maquillaje occidentalizante su cara más aterradora. Lo que realmente buscan estos cineastas daneses es entender… y para ello, dejan hablar a los monstruos y ellos mismos se retratan sin necesidad de tirarles de la lengua o de formularles preguntas que implican ya una respuesta dada y obvia.

¿Puede un ser humano torturar y matar a docenas, cientos de personas y, al final de su vida abrazar a sus nietos, recordando tales monstruosidades como quien recuerda como de niño quemaba a las hormigas concentrando los rayos del sol con una lupa? ¿O acaso como decía Woody Allen en «Broadway Danny Rose»  la culpa es lo único que puede evitar que el hombre haga cosas horribles?. Las respuestas a estas preguntas, después de ver «The act of killing», son «si» y «no» respectivamente, pero con matices. Aquí nada es tan obvio y absoluto…  y Oppenheimer ya ha declarado en alguna ocasión que su documental no está hablando de Indonesia sino del mundo entero, de todos nosotros.

No es una cuestión baladí la elección del término de «freemen» por parte de los asesinos. Un hombre libre, desde su percepción, es el que puede hacer lo que quiera, sin remordimientos ni tener que rendir cuentas ante nadie. Se halla en una categoría moral superior y aparte, como el Raskólnikov de Dostoyevski o los Brandon y Phillip de «La soga» (pretendidamente, al menos). Durante gran parte del metraje, Congo y sus colegas parecen haber superado con creces a sus contrapartidas de ficción.

Del visionado de «The act of killing», quedan imágenes indelebles que ofrecen siempre un subtexto mucho más inquietante que lo que a primera vista parece. Me quedo con las siguientes:

actofkilling_2– El casting para la película, en la que nadie quiere interpretar a un comunista (pronto entendemos porqué), los rostros de terror de los «voluntarios» y los llantos de los niños contrastan con las sonrisas relajadas de los «freemen» protagonistas del filme.
– La intervención de un jerifalte en la filmación que se disculpa ante los documentalistas por los gritos apologéticos del genocidio que profiere el resto del «reparto»… pero que acaba «engorilandose» de tal modo que revela el pelo de su dehesa de una manera mucho más consternante.
– El tono jocoso con el que la presentadora de un show televisivo al que han acudido los antiguos genocidas a presentar su filme, habla de las torturas y muertes de comunistas que estos han cometido, mientras el público en el plato aplaude a rabiar.
– La descripción (escalofriantemente desapasionada) de las técnicas de asesinato empleadas por los protagonistas y su infantiloide relación con el cine (¡los freemen eran cinéfilos, amigos!) que les impulsaba a copiar los métodos de, por ejemplo, Al Pacino en «Scarface».
– El rodaje de la escena donde los escuadrones de la muerte queman una aldea en el que los gritos de «Corten» no pueden sacar del estado de shock a una de las figurantes, demostrando que esta supuesta ficción esconde una realidad mil veces más horrible.
– La narración de uno de los colaboradores del filme a los genocidas protagonistas de cómo los escuadrones mataron a su padrastro ante sus ojos cuando era niño. La progresión dramática de este relato, desde las risas nerviosas iniciales del narrador hasta su llanto casi histérico final, pone los pelos como escarpias por su surrealista combinación de miedo, sumisión e indignación y denuncia, todo en el mismo pack.
– La escena, de una ambigüedad moral desarmante, en la que Congo (que, por cierto, posee un inquietante parecido físico con Nelson Mandela) ve junto a sus nietos la película que han rodado.

¿Y qué es lo realmente inquietante de esta escenas que acabo de enumerar (y otras muchas que pueblan este insólito filme)? Que, desubicándolas del lugar donde han sido rodadas y desposeyéndolas de la distancia que les otorga su exotismo, nos resultan aterradoramente familiares… ¿o no?. Busquen paralelismos con su realidad más inmediata. Quizás no encuentren ejemplos tan extremos pero establecer unas analogías solidas tampoco resulta demasiado difícil ¿verdad?

OJO. POSIBLE SPOILER:
Finalmente, Oppenheimer, con la colaboración involuntaria de Amwar Congo, es capaz de ofrecer al espectador uno de los finales más potentes del cine de los últimos años. Uno de esos finales que se graban a fuego en la memoria. Como bien lo describió uno de mis acompañantes, en el final de «The act of killing» asistimos a lo más parecido a un exorcismo real que haya sido jamás grabado: vemos a un hombre (y digo un hombre, no un monstruo) que necesita arrojar fuera de sí al demonio que lleva dentro y que, en un agónico plano secuencia, interminable tanto para el protagonista como para el espectador, descubre que nunca podrá conseguirlo.

Un final nada catártico pero en cierta forma reconfortante: ningún crimen queda totalmente sin castigo (aunque parezca que éste se limite a unas nada liberadoras arcadas) y hasta el menos empático de los monstruos puede llegar a sentir la punzada de la culpa.

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