El guardian invisible (Fernando González Medina)

Como en muchas adaptaciones fílmicas de bestsellers recientes, la de la primera novela de la trilogía del Báztan de Dolores Redondo deja un buen número de cabos sueltos (o detalles sobreentendidos) que, sin duda, no pondrán demasiado nerviosos a los lectores de la misma pero a los espectadores que no nos hemos leído la obra sí que nos chirrían bastante.

«En el libro aparece explicado» nos dicen. Y seguramente es así pero una película debe funcionar de forma autónoma por muy popular que sea el material literario en que esté basada.

En cualquier caso, esto no es ni de lejos lo más irritante de esta película de Fernando González Medina llamada a ser, no obstante, un éxito,  al menos dentro de los magros baremos comerciales del cine español.

Como buena coproducción con vistas a rentabilizarse en el mercado internacional, «El guardián invisible» goza de una factura técnica bastante aparente, deudora de infinidad de thrillers recientes con los que incluso comparte similitudes argumentales evidentes.

«Seven» (por el carácter ritual de los crímenes) o la teleserie «The Killing» (por la caracterización de la protagonista, casi clónica a la de la inspectora  Amaia Salazar) son los primeros títulos en venirme a la cabeza, probablemente también por la incesante lluvia que aparece en los fotogramas de ambas, al igual que en prácticamente cada plano de «El guardián». Esa omnipresencia de la lluvia acaba siendo un poco ridícula por su evidente abuso esteticista más allá de su posible pertinencia narrativa o simbólica (realmente parece llover más en Elizondo que en el Seattle del remake americano de «Forbrydelsen» antes citado, que ya es decir).

Los referentes visuales (hay mil más pero éstos eran los más obvios), no obstante, no fallan (los tenemos muy interiorizados ya) y el paisaje baztanés con su inquietante belleza hace el resto. Nada (o, al menos, poco ) que objetar en ese aspecto. Otro cantar es el apartado argumental (arrastrado desde la novela) y el interpretativo.

Sobre el argumento, enhebrar elementos mitológicos y/o fantásticos en un thriller policial es tarea cuanto menos complicada. Ignoro si Dolores Redondo sale bien parada en este aspecto en la novela pero González Medina naufraga claramente en la versión fílmica. La urdimbre entre la esfera «racional» y la fantástica no funciona en ningún momento, llegando a extremos bastante risibles como las referencias al Basajaun (el plano final es, siendo delicados, bastante poco acertado) o la sesión de Tarot de la protagonista con su tía.

Paralela a la intriga policial de la búsqueda del asesino en serie que va sembrando el bosque de niñas estranguladas y desnudas con un pastel tradicional en el pubis, se nos plantea el turbio pasado familiar de la inspectora protagonista. Este pasado se nos muestra mediante flashbacks cuya ambientación a mí personalmente me chocó un poco. Más que de los setenta o primeros ochenta  (por la edad de la protagonista, ahí debió transcurrir su infancia) parecían imágenes de la postguerra, pero, bueno, quizás los fans de la novela sabrán entenderlo: tal vez, Elizondo estuvo anclado estéticamente en esa época hasta los 70-80 y, de repente, el pueblo dio un salto cuántico temporal hacia el futuro, nuestro presente…

Licencias estéticas al margen, estos flashbacks llaman la atención por la diferencia de tono con la línea argumental del presente (extremadamente sobreactuados parecen pertenecer a otra película) y nunca llegan a encajar de una manera coherente. Por otro lado, el hecho de que, en ellos, las hermanas se lleven pocos años y, en el presente, Flora, la mayor de ellas parezca su madre (Elvira Mínguez es alrededor de 20 años mayor que ellas) no deja de crear una cierta confusión…

En el personaje de Flora, por cierto, radica uno de los mayores fallos de la película. Para decirlo en pocas palabras, su conducta carece de sentido alguno. O, al menos, un sentido que no sea servir a un guión caprichoso y arbitrario, que intenta sugerir  una pretendida ambigüedad en su personaje para azuzar el interés del espectador.

Mínguez es una excelente actriz y aquí defiende como puede el material que le ha tocado en suerte pero, lejos de conseguir armar un personaje ambiguo, lo que logra a su pesar es un personaje incoherente. Su intervención final en el desenlace de la trama, lejos de ser un giro de guión sorprendente, nos convence de lo que ya hemos intuido a lo largo del filme: la historia es un completo disparate.

Como es un disparate que el padre de la protagonista no la proteja de su madre cuando, desde el segundo 1 en que ésta aparece en pantalla, el espectador ya adivina que está como una regadera… Y el propio padre tampoco parece ignorarlo realmente. Por eso, al darle dinero a la niña le dice que lo esconda de su madre, para que ésta no se enfade, en el negocio familiar (aunque para que pueda entrar a escondidas en él, le cuelga del cuello a la niña, cual cencerro, una llave bastante más difícil de ocultar que unos pocos billetes…)

A nivel de pura intriga policial, una vez planteadas las cartas, las situaciones se demoran tal vez en demasía en aras de ese clímax final tan habitual en este género. No falta ni siquiera la típica situación en la que un superior aparta del caso a la protagonista para que ésta continúe la investigación por su cuenta a espaldas de sus jefes.

Para dar una apariencia de trama más compleja, se introducen con calzador algunas conversaciones telefónicas con el mentor de Salazar en el FBI (¡los únicos planos exteriores en que no llueve!) que no aportan absolutamente nada. Como, si me apuran, la relación con su marido, también norteamericano y cuyo personaje está tan desarrollado psicológicamente como un elemento del atrezzo.

Sobre el aspecto interpretativo, éste se ve lastrado por la casi absoluta linealidad psicológica de los personajes. Ninguno, a excepción de la inspectora Salazar, está mínimamente desarrollado y se limitan a soltar frases que hacen avanzar la historia. Mención especial merecen los actores que intepretan a los miembros de la policia cuyos diálogos en su mayoría parecen leídos robóticamente más que interpretados, sobre todo los detalles tipo CSI que relatan desganadamente y que rechinan una barbaridad. Claro que esto ya es responsabilidad del director al darlos por buenos y no tanto demérito de los actores.

El personaje de la madre de la protagonista (interpretado por la famosa a su pesar Miren Gaztañaga) es, con mucho, el más chocante a nivel interpretativo, pues su registro (totalmente histriónico y nada naturalista) no tiene nada que ver con el del resto de actores. Pero eso también es responsabilidad del director, me temo.

El personaje de Amaia Salazar (Marta Etura) es el único con un cierto desarrollo aunque sea un estereotipo más (la policía dura pero frágil con un oscuro pasado). Etura, una actriz correcta,  le insufla cierta verosimilitud aunque con ciertos altibajos (en algunas escenas no está muy inspirada) si bien es cierto que algunas de sus líneas de dialogo son indefendibles.

Resumiendo, un thriller muy convencional con un guión lleno de agujeros y tópicos pero con una fotografía más que digna y una atmósfera conseguida, aunque la lluvia en este caso no nos impida ver la completa inanidad del producto.

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