Los tiempos cambian y lo prosaico nos devora. Charly Camacho no es un detective al uso como Philip Marlowe o Sam Spade, sino un agente inmobiliario, porque, hoy en día, como dice su autor, un detective se vería relegado a tareas aburridas y poco estimulantes como poner escuchas a políticos o pilinguis (ya sea al servicio de las cloacas del Estado o de los que aspiran a servirse de ellas). Y, desde luego, así no se conocen femmes fatales como Raquel Ballester. Lo cual puede ser, o no, una ventaja realmente…

La novela negra popular (y el formato bolsilibro en concreto) parecen ser especies extintas en los anaqueles de las librerías actuales (las cuales, por otro lado, también coquetean con la extinción), víctimas de otras más boyantes y modernas formas de ocio, con pantallas brillantes en vez de páginas de papel barato… Lo cual, en un futuro próximo, va a salvar muchos árboles haciendo innecesaria la obtención de esa pulpa de papel que dio nombre a este tipo de publicaciones a principios del siglo pasado. Lamentablemente, algo más orgánico y tangible se va a perder por el camino, lo cual es irónico ya que, precisamente, esa novela popular y de rápido consumo era algo también efímero. Y, muy a menudo denostado, ya fuera por códigos carpetovetónicos que abominaban y censuraban su temática y personajes violentos y (al menos en apariencia) amorales como por su supuesta baja calidad (que en muchos casos no era tan supuesta).
Como un intento de recuperar el espíritu de ese tipo de literatura popular, surge «Toma el dinero y muere» de Hernán Elvira, una novela corta trufada de personajes que no hubieran desentonado en una novela de Hammett o Chandler. Charly Camacho es el protagonista, por supuesto, un personaje cínico y de moral aparentemente distraída. Aunque, eso sí, siente la punzada de la culpabilidad en más de un momento y como buen antihéroe, en el fondo, tiene un, llamémosle así, código de honor y cierta bonhomía que hacen difícil no simpatizar con él… aunque difícilmente pasaría el filtro de la corrección política actual. En especial, cuando reparte algún sopapo extra (tan innecesario como seguramente gozoso) sin hacer distinción alguna de género. Además, no nos engañemos, Camacho sabe qué es lo correcto, aunque su forma de llevarlo a cabo puede conducirle por meandros, cuanto menos, discutibles.
El estilo de la novela es ágil y te sumerge en la lectura de la obra con gran facilidad. No hay nada superfluo. Todos los elementos y personajes que aparecen han sido sembrados con la intención de recoger el fruto de la siembra más adelante, cosa que el autor hace con sobrada pericia narrativa. La historia comienza “in media res”, sin dar un respiro, en medio de… ¿un robo? ¿un allanamiento de morada? No lo sabremos hasta más adelante pero, la escena sirve para atrapar ya sin remedio al lector y para conocer cómo se las gastan los malos de la función. Especialmente la “mala”. Porque una novela de este tipo debe tener una antagonista femenina tan peligrosa y odiable como deseable, y Raquel Ballester cumple a conciencia con las convenciones de una femme fatale digna de tal denominación, aportando también la dosis de erotismo justa que el aficionado al «Noir» demanda.
El mayor mérito del autor es, a mi parecer, que, respetando y recreándose en las convenciones del género, es capaz de trasladarlas a un contexto local conocido y contemporáneo, salpimentándolas con una serie de temas (la ocupación, los desahucios, las corruptelas políticas e inmobiliarias…) que pueblan nuestro día a día, añadiendo a la historia un poso de realidad y autenticidad. Y ello, sin caer en el pastiche aderezado con crítica social impostada, tan común en la novela negra actual que, muchas veces, disfraza narraciones formulaicas con localismos de todo a 1 euro.
En «Toma el dinero y muere», el contexto y los personajes se sienten reales y orgánicos. Los arquetipos del Hard-boiled (la secretaria para todo que resuelve el día a día del protagonista, más interesado en otras tareas; la novia perfecta, refugio y descanso del guerrero, etc.) se utilizan con la suficiente distancia como para que el lector note la ironía y las referencias a esquemas que ya conoce sin, pese ello, sentir esa incómoda impresión de “déjà vu” que sufrimos en otras obras. «Toma el dinero y muere» nunca cae en la adaptación forzada de convenciones de género (establecidas en gran medida por las versiones cinematográficas mayormente norteamericanas) a nuestra realidad cotidiana. Algo que sí notamos, en muchos casos, en la pretendida novela negra mainstream nacional, que suele acumular referencias culturales y geográficas metidas con calzador dentro del clásico y predecible “whodunit”.
En «Toma el dinero y muere» no hay “whodunit” que valga. Las cartas están sobre la mesa desde el principio. No hay villano sorpresa. Ni un Halcón Maltés que todos busquen (bueno, realmente sí lo hay, aunque no sea una estatuilla). Camacho, a golpe de Gin-tonic, nos conduce a través de un Madrid que no aparece a menudo en las postales, mientras descubrimos al mismo tiempo que él, las dobleces y costuras de una intriga oscura y turbia con unas víctimas claras, por las que el cínico agente inmobiliario siente inmediata afinidad. Algo que le costará más de un puñetazo.
Una novela corta, en suma, entretenida y disfrutable, no sólo por los fans del género, aunque éstos, conocedores de los arquetipos y tropos empleados por el autor, la disfrutarán en mayor medida. En cualquier caso, todos quedarán, como el que suscribe, a la espera de nuevas y emocionantes aventuras de Charly Camacho. Ya sea en Lavapiés o doquiera que nuevos acontecimientos requieran de sus contundentes puños y de su pragmático ingenio.