He leído estos días ¡Vaya mierda de planeta!, novelita de ciencia ficción de Alfonso M. González – Alan Dick, Jr. (SEGASaturno, 2023).
El bolsilibro está muy logrado materialmente: diseño, ilustración de portada, división en capítulos estilo Bruguera… Como objeto es muy agradable de tener entre las manos, característica para mí muy valiosa de los bolsilibros.
La lectura (perdón aquí si no sigo la moda de cierta crítica de lucir la erudición especificando si «es parecido a este» o «influenciado por aquél» o «es un homenaje a», etc… No me interesa para nada evaluar una obra por comparación a otras, sino por la experiencia directa como lector y por sus características literarias); la lectura, digo, es igualmente fluida y placentera.
¡Vaya mierda de planeta!, desenfado y ribetes filosóficos
En el planteamiento se nos presenta una situación ingeniosa, divertida, pero en la que se descubren ribetes sociales o filosóficos. Luego la historia mantiene el interés y se desarrolla con buen ritmo, dosificando la información y añadiendo nuevas dimensiones a la narración mediante diferentes puntos de vista y distintos narradores.
El final acentúa el sentido filosófico y añade un toque melancólico a la historia. Por lo demás, el tono es desenfadado, coloquial (muy coloquial a veces), con rasgos de humor irónico. Con buen manejo de la prosa y los diálogos, abundantes.
En el mundo creado (si bien nunca sabemos qué mundo realmente es el que «es una mierda»), a ese mundo, digo, entramos con naturalidad y verosimilitud, rasgo que comparten los personajes, cada uno con su propia voz y personalidad.
En resumen, he disfrutado la lectura de la pieza, que me parece lograda. Veo que el género de la ciencia ficción es un filón predilecto y bien manejado por los bolsilibristas hispanos del momento. Aunando la diversión y atractivo de los mundos creados por la fantasía, con esa dimensión metafórica que permite deslizar mensajes o cuestionamientos sobre nuestra propia realidad.
Texto originalmente publicado en Facebook (posteriormente perdido) y rescatado de esta entrada del blog de Alfonso M. González