Cuando se habla, fuera de Estados Unidos, de la figura de Lucille Ball es imposible llegar a entender, ni siquiera a tratar de abarcar, la importancia de esta cómica en la historia de la TV. Simplemente no se puede. Pero es que, como bien se encargan de dejar claro en la cinta que nos ocupa, ni siquiera en USA actualmente se puede extrapolar el increíble impacto de la primera y mayor superestrella televisiva que ha conocido el medio a un referente de nuestros días que pueda ser medianamente comparable.
Hoy en día, una serie se considera un mega-éxito televisivo si es capaz de convocar 5 o 6 millones de espectadores delante de las pantallas. «I Love Lucy», la serie que protagonizó entre 1951 y 1957 Lucille Ball junto a su marido en la vida real Desi Arnaz, reunía cada semana a 60 millones de estadounidenses frente al televisor.
Para valorar en su justa media este dato, hay que pensar que la SuperBowl, el evento televisivo estrella del año suele conseguir unos 100 millones de espectadores de media (¡pero es una vez al año!) y la cadena más vista de Estados Unidos, la CBS, en su conjunto tuvo en 2021 unos 5,5 millones de espectadores de media. Las cifras obtenidas por la serie de Lucille Ball en los 50, por tanto, no tienen parangón. Sobre todo, teniendo en cuenta que la población estadounidense en los años 50 era la mitad de la actual y que actualmente hay 121 millones de hogares con al menos un aparato de TV en USA, mientras que durante el periodo de emisión de «I love Lucy» no se llegaron a alcanzar los 40 millones. Esto quiere decir que, literalmente, la emisión de cada capítulo paralizaba el país. Incluso una conocida cadena comercial cerraba sus establecimientos cuando se emitía, a sabiendas de que nadie iba a acudir a ellos.
«Being the Ricardos» (2021, Aaron Sorkin) se acerca a su figura en un producto curioso, que mezcla testimonios a modo de documental, recreaciones de la grabación del programa y de escenas famosas del mismo en blanco y negro (con una fidelidad al original digna de mención) y narración cinematográfica convencional para contarnos un periodo muy concreto de la vida de Lucille Ball y su marido Desi Arnaz (los Ricardo de la serie televisiva), salpicado de flashbacks sobre su vida anterior para que podamos entender dicho periodo en toda su dimensión.
Sorkin nos muestra a la pareja en su momento de mayor éxito, cuando la cómica es salpicada (en plena Guerra Fría, no lo olvidemos) por una acusación que puede acabar con su carrera: ser comunista. La relación con su marido, un cubano huido a USA después de triunfar la revolución castrista e interpretado excepcionalmente por un Javier Bardem en estado de gracia, también se halla en un momento delicado por las sospechas de infidelidad que Arnaz despierta en Lucille. Al mismo tiempo, la cinta relata las dificultades en el proceso creativo de la serie por el perfeccionismo de la cómica, no muy bien entendido por el resto del equipo, pero que a la postre contribuyó a definir el estándar de lo que es una sit-com que perdura hasta nuestros días.
Aaron Sorkin, conocido por su trabajo como guionista en cintas como «Algunos hombres buenos» y, sobre todo, en la imprescindible serie televisiva «El ala Oeste de la Casablanca», realiza un trabajo competente, intentando huir de los clichés del biopic y, utilizando como excusa argumental un episodio concreto y decisivo en las vidas de los personajes principales, trata de de realizar un análisis de sus personalidades y motivaciones, no especialmente cruel pero tampoco demasiado condescendiente. El producto final, producido por Amazon Prime y estrenado en su plataforma, se ve privado del lustre de poder ser contemplado en pantalla grande y no escapa tampoco a una realización un tanto plana y con un look excesivamente televisivo (lo cual, por otro lado, quizás sea lo adecuado al tratar la vida de una estrella del medio). A nivel formal, sin embargo, no es un filme que llegue a enamorar.
La dirección de actores, no obstante, es brillante. Bardem, como ya he mencionado, está apabullante. Destila humanidad en una interpretación llena de matices y un dominio tanto de la gestualidad como de las inflexiones de la voz que debería acallar a muchos de sus críticos. Desi Arnaz, es un personaje «Bigger than life», con muchas luces pero también más de una sombra, y saber dosificar todas ellas sin caer en el exceso ni en el maniqueísmo era un reto muy difícil, superado con creces.
Aunque lejos de la labor de Bardem, Nicole Kidman hace también un trabajo bastante notable (en las recreaciones de los sketches parece una sosias perfecta de la Lucy original) pero, a mi juicio, su labor se ve lastrada por su caracterización. El maquillaje utilizado para convertirla en una réplica tan cercana al personaje que interpreta le resta muchísima expresividad y, del mismo modo que sirve para recrear escenas de la serie con inquietante realismo, impide que en las escenas cotidianas, «fuera de cámara», nos creamos a la Lucille «persona». De alguna forma, chirria el aspecto naturalista del resto de personajes con el exceso de maquillaje de Kidman. Parece como si perteneciera a otra ficción diferente.
Mención especial merecen los secundarios (tanto en «Being the Ricardos» como en la recreación de la serie «I Love Lucy»), J.K. Simmons y Nina Arianda que son un contrapunto brillante al duo protagonista. Su presencia sirve a Sorkin para integrar en la trama un elemento agridulce: el de los injustos caprichos de la fama, mostrando a unos actores que, independientemente de su talento, están condenados a vivir a la sombra de las estrellas sabiéndose, no obstante, indispensables para su lucimiento.