
Hoy, en vez de analizar una película reciente, me gustaría rescatar una rareza de 1.960, “Los dientes del diablo” de Nicholas Ray, cuyo visionado, hoy en día, merece tanto o más la pena que cuando se estrenó. Llego a plantearme, incluso, si esta cinta, tal y como fue planteada en su momento, podría ser filmada actualmente o si sería cancelada inmediatamente. Lo cual no sé si dice mucho en nuestro favor como sociedad o todo lo contrario…
Este filme semi documental nos narra la historia de Inuk (Anthony Quinn) un inuit (un esquimal, vaya) que vive de la caza de focas, según las ancestrales costumbres de su pueblo, muy ligado a la naturaleza y sus ciclos. La cinta nos muestra su vida cotidiana en un entorno absolutamente hostil en el que la supervivencia sólo es posible teniendo un concepto muy arraigado de la vida en comunidad y de la ayuda mutua… y también teniendo una escala de valores muy diferente de la nuestra.
Los inuit lo hacen todo juntos: construyen iglús, cazan y lo comparten todo: desde la comida hasta, como luego veremos, sus esposas. Desde nuestra percepción occidental, su código cultural nos resulta completamente marciano. Si lo es actualmente, con la cultura de relativismo woke imperante, imaginaos en 1.960 que es cuando se rodó esta película.

Inuk se siente sólo y desea reír con una mujer (los Inuit son descritos como un pueblo tan ingenuo que no saben ni mentir), así que, a cambio de una cabeza de foca boreal, pieles y un cuchillo, consigue una compañera. Pero la felicidad no dura: un misionero llega a su iglú y, como signo de hospitalidad, Inuk le ofrece a su esposa. El misionero se escandaliza e Inuk, herido en su honor, lo desnuca accidentalmente. El hombre blanco, y más concretamente, sus autoridades ordenan la busca y captura de Inuk, enviando a dos policías para que lo arresten (uno de ellos interpretado por un joven Peter O’Toole).
Mientras lo llevan en el trineo para que sea sometido a la justicia de los blancos, sufren un accidente en el hielo. Uno de los agentes muere de hipotermia y el otro es salvado por Inuk. Como tiene las manos congeladas, para reactivar la circulación de la sangre y que no las pierda, Inuk hace que uno de los perros se las muerda (en una escena que me impactó muchísimo cuando la vi de niño).

Inuk lleva al policía a su iglú, donde lo alimentan y lo cuidan. Esta convivencia hace que el personaje de O´Toole comience a abandonar sus prejuicios y a empatizar con Inuk y su cultura. Entonces surge el dilema entre su deber, que es capturar a un asesino según las leyes y costumbres del hombre blanco, y su conciencia que le dice que Inuk ha actuado según otro código moral y debería quedar libre. El clásico choque de civilizaciones y relativismo cultural, tan de actualidad hoy en día.
«Los dientes del diablo» es una rareza cuyo visionado merece la pena aunque, en su momento, fue muy polémica al aparecer un mexicano como Anthony Quinn interpretando a un inuit. Lo cierto es que todos los papeles de los inuit estaban interpretados por actores de origen o aspecto asiático (se comenta que pudo haber extras de esta etnia pero no lo he podido confirmar). Sólo este detalle, en el cine actual, provocaría la cancelación inmediata del filme y su satanización en las redes.

De todas formas, lo importante de “Los dientes del diablo”, aparte de sus valores fílmicos, es su mensaje de respeto hacia lo diferente y la imposibilidad de juzgar de forma justa los actos de nadie, sin tener en cuenta su contexto cultural. Claro, que empatizar con algunas de las costumbres Inuit nos puede resultar harto difícil.
Hay otra escena del filme que se me quedó grabada: la anciana suegra de Inuk, siente que ya no es útil al grupo familiar, pues debido a su avanzada edad se ha convertido en un lastre. Antes de que su debilidad y cada vez mayor dependencia, supongan una carga para el grupo, prefiere que los recursos que se gastan en ella, sean usados por los demás y así garantizar el futuro de los suyos.
Así, la anciana, por voluntad propia, toma la decisión de que la dejen en mitad del hielo, para morir de forma digna y volver a hacerse una con la naturaleza. Así, se sienta en la planicie helada, mientras un oso polar se acerca a ella con obvias intenciones.

Podríamos juzgar severamente a Inuk y su compañera por abandonarla a tal suerte… pero instantes antes hemos escuchado a la anciana aconsejar a su hija que, si su primogénito es una niña, debe dejarla desnuda a la intemperie e introducir hielo en su boca. Podrá tener niñas, una vez garantizada la descendencia masculina (y con ella la supervivencia familiar, pues será un varón quien garantice el sustento y el cuidado de los padres cuando envejezcan… hasta cierto punto).
Por cierto, algunas comunidades Inuit mantuvieron estas prácticas hasta bien entrado el siglo XX aunque fueron abandonándolas a medida que el contacto con el hombre blanco iba siendo más frecuente. Un contacto que, como cuenta Joe Sacco en el espeluznante “Un tributo a la tierra”, supuso un autentico genocidio cultural para el pueblo Inuit.

Choca muchísimo la existencia de un título como “Los dientes del diablo” dentro de la filmografía del autor de “Johnny Guitar” y “Rebelde sin causa”, pero sin ser un filme redondo (contiene no pocas ingenuidades propias de la época) es realmente fascinante y terriblemente actual además de invitarnos a la reflexión sobre una panoplia de temas que hoy continúan más candentes que nunca y que, por ignorarlos, no van a solucionarse: desde el cuidado a los mayores hasta la forma de afrontar la decadencia y la muerte. La escena de Inuk y su compañera alejándose en el trineo, mientras la anciana queda a merced de las fuerzas de la naturaleza, da que pensar. Sobre todo porque pocas décadas más tarde ellos mismos la recrearán con un cambio de roles que, desde luego, es sumamente inquietante. Y, por supuesto, con variaciones más civilizadas (en apariencia al menos), también la recrearemos cada uno de nosotros.