Pese a sus deficiencias, lo diremos sin paliativos, es recomendable este documental para todos los aficionados y aun amantes de Arrebato (Iván Zulueta, 1979), película de culto, única en su extraordinaria estética y muy influyente -en cuanto a su contenido- para muchos (entre los que me cuento).
El último arrebato, aportaciones
¿Cuáles son las principales virtudes que justifican la recomendación de El último arrebato (Marta Medina, Enrique López Lavigne, 2025)?: La principal es el testimonio de Carlos Astiarraga Sirgado, pareja que fue de Iván Zulueta. Sus palabras, no guionizadas, son las únicas que aportan realmente algo de verdad sobre la realidad del director e incluso dan unos apuntes sobre el sentido de la obra.
Y otra aportación, algo más difusa pero que también justifica la recomendación: diversos pequeños detalles: fotos, datos, recuerdos, fragmentos de videos o películas… Todo ello, sin ser de tremenda relevancia, sí nos transporta a esos momentos y nos aproxima a una cierta conexión con Zulueta y con su mundo.
La obsesión por chupar cámara

En cuanto al resto de las casi dos horas de documental… Hay minutos y minutos de paja en los que los dos directores, en función de actores con injustificado afán de protagonismo, fingen mostrar el proceso de elaboración del documental, con abundantes planos de ellos mismos hablando, yendo a sitios, subiendo las escaleras, llamando a la puertas… Momentos todos irrelevantes e incluso irritantes. Y más aún aquellos otros en los que fingen discutir y hasta enfadarse por minucias que a nadie importan y que nos alejan del contenido del documental y del espíritu de Arrebato.
Todos estos episodios ficcionalizados, a la manera de making of o de docudrama de las supuestas dificultades de hacer el documental… recuerdan, y no es precisamente algo positivo, a esos programas de «telerealidad» donde vemos el proceso guionizado de una joven pareja ameriquense reformando su casa… Y lo peor es que ese tiempo se resta a etapas de la vida de Zulueta que sí deberían haberse tratado, como su estancia en Nueva York, su trabajo en televisión con José María Íñigo, su labor como cartelista, etc.
En la misma línea de «trucos» supuestamente novedosos, están los intentos, innecesarios amén de fallidos, de filmar con los actores (ahora ancianos) fragmentos de la película original y otros juegos de espejos de ínfimo nivel, que aburren y devalúan la aportación documental.
El último arrebato de Chávarri
A estos juegos se presta, o mejor dicho, los promueve como coguionista, Jaime Chávarri que, si bien aporta algo positivo en materia de recuerdos o fotos (aunque mostradas demasiado fugazmente), reclama para sí un protagonismo indebido durante toda la película, para culminar con una patética confesión de culpabilidad, realizada como exorcismo dramatizado y autojustificación lacrimógena. Todo ello realmente superfluo.
En fin, terminamos, como ya hicimos al inicio, recomendando el documental a los adeptos a Zulueta y a Arrebato, por el comprensible deseo de retornar y sumergirse en esas imágenes imborrables; pero pidiéndoles, eso sí, paciencia por todo el metraje gastado en juegos supuestamente modernos de documental con enfoque lúdico, o «creativo»…