Entrevista a Gonzalo Suárez

Estamos en el año 2000. La mañana previa al estreno de su filme «El portero», Gonzalo Suárez se presta amablemente a contestar a nuestras preguntas. Hace una pausa previamente para encender su característico puro («Mañana lo voy a dejar», nos revela) y enseguida nos cuenta los entresijos de su película, de su particular concepción del hecho fílmico, e incluso, algunas de sus querencias cinematográficas, que a más de un lector sorprenderán. Excelente conversador, charlar con Suárez es un auténtico placer. Su sosegada y lúcida manera de ver las cosas (con la perspectiva que le da, quién sabe, parapetarse tras las volutas de humo de su cigarro), encubre a un espíritu creativo e inquieto que se lanza a la piscina de los territorios artísticos menos hollados, sin preocuparse de la cantidad de agua que ésta pueda tener.

¿De donde surge la idea de realizar «El portero» tan aparentemente alejada de su filmografía habitual?
Eso dicen, pero yo creo que hay precedentes dentro de mi historial pero, no obstante, entiendo que, después de películas como «El detective y la muerte» que era sombría o la de «Mi nombre es sombra», esta película es una eclosión. Es alegre y, sobre todo, vitalista. En ella se respira mar, hierba… lo cual obedece a una necesidad absoluta que tenía de salir al exterior, de respirar hondo tras pasar tres años encerrado escribiendo «Ciudadano Sade». Una de las cosas que hace que me guste aún más el cine que la literatura es el poder salir, moverme… y, si es en plena naturaleza, mejor.

Ud. ha definido «El portero» como un western.
Si, ví en el cuento de Manuel Hidalgo, en el que está basada la película, la ocasión de realizar una película vitalista y al aire libre, pero no quería darle un carácter costumbrista de postguerra al uso, como la típica película sobre este periodo que tenemos la impresión de haberla visto ya. En este caso, conferirle una estructura de western la salvaguardaba de ser una típica película de postguerra. Eso fue lo que me decidí a escribir el guión, primero, con Hidalgo y rodarla. Estoy francamente contento de haberlo hecho.

El tema de la postguerra tampoco es una de sus temáticas más habituales, si bien el enfoque es alegórico.
En «Parranda» tocaba el tema de la preguerra, pero es cierto: siempre he partido más de la ficción. En esta ocasión, el carácter simbólico que pueda tener la película no la hace, en cambio, críptica. Es muy obvia. Parte del cuento que plantea el enfrentamiento entre un equipo de la guardia civil y uno del pueblo que juegan un partido de fútbol. Yo plantee un duelo a penalties pues el personaje principal es el portero y era él, el responsable del resultado final. Eso tiene un aspecto inevitablemente alegórico.

Rodar en espacios abiertos ocasionaría más de un problema.
Ese era el desafío y, por otro lado, es para mí algo muy excitante. Le da un carácter de aventura. Siempre estás dependiendo del clima. En este caso, rodando en una playa, dependes de las mareas que suben y bajan, de las nubes… Hemos pasado por un inoportuno reinado del sol, pues habíamos optado por una luz y un ambiente nublado (que pensábamos asegurado en Asturias a partir del 20 de septiembre) y, en cambio, quiso la fortuna que hiciera un sol de rigor que ya quisieran los veraneantes en el mes de agosto. Pero, después, cuando por fin se nubló, para poder trabajar en una interminable secuencia, nos empezó a granizar y comenzó a hacer un frío tremendo (sobre todo para los extras que tenían que mantener su vestuario y estaban congelados). Aparte, como se trabajaba sobre un territorio húmedo como la playa, la humedad les iba subiendo pantorrillas arriba. Fue duro y la vez divertido. Fue un rodaje en el que el conflicto provino más del cielo y que, en cambio, en el trato con toda esta gente (300 extras) fue muy agradable.

Este es el filme de cuyo reparto está más satisfecho, lo cual, teniendo en cuenta los grandes actores con los que trabaja habitualmente es digno de mención.
A veces, hay logros soberbios en interpretaciones concretas como, por ejemplo, la de Javier Bardem en «El detective y la muerte» pero, sin embargo, durante todo el rodaje lo maldije. Estaba a punto de estrangularlo. Fue muy duro. Aparte de que allí el clima tampoco fue muy propicio, trabajando sobre hielo, con «nocturnidad y alevosía» y con fríos bajo cero. Mi forcejeo con Bardem para darle un aire mítico, que al en principio no entendía, fue una lucha tremenda pero después el resultado fue muy bueno. En «El portero» no hubo ese conflicto ni esa tensión para obtener ese buen resultado. Yo desconfío de los rodajes gratificantes, cuando todo el mundo está muy contento porque se tiende a la relajación. Por eso, a veces, es bueno que haya problemas. Actoralmente, en «El portero» todo fue muy armonioso y eso es suerte. Generalmente, yo elijo el casting y, a veces, me equivoco, me doy cuenta tarde y trato de luchar para que no haya notas desafinadas en la interpretación. En este caso, desde el primer actor hasta el último extra, estaban todos adecuados a su papel por lo que había que dirigir pero lo menos posible. Todo iba tan bien, que, casi diría que a esta película he ido de espectador.

Es difícil imaginarse a otro portero que no sea Carmelo Gómez. ¿Fue su primera elección para el papel?
Efectivamente, es imposible imaginarse a otro actor en ese papel. Debo confesar que tenía mucho miedo pues no bastaba solamente la interpretación (daba por seguro que iba a estar muy bien). Tenía que realizar paradas y no resultar ridículo. Es muy difícil lanzarse al suelo y parar balones. Además tenía el prurito de que se los tiraran muy fuerte para que no se notara que era un falsete. Estuvo soberbio. Estuvo entrenándose, eso sí, pues es muy concienzudo. Hacía su precalentamiento y más que un actor de cine, parecía que fuera a jugar un partido de fútbol (y así era, en realidad). Carmelo estaba en un estado de forma espléndido e hizo paradas extraordinarias. La sorpresa fue que teníamos preparado un doble y no se usó nunca.

Aparte de esto, su físico se adapta muy bien a la estética de los años 40 del filme.
Yo, precisamente, insisto en que es una película antigua, y Manuel Hidalgo me quiere matar porque le parece que eso es algo peyorativo. Puede que lo sea pero, vive el cielo, que es una película de concepto y espíritu antiguo, deliberadamente. Primero, porque parte de un género y ahora parece que los géneros son sospechosos y, por otro lado, porque tiene ese look, ese tono reminiscente del tiempo de «El hombre tranquilo», ese olor a hierba…

Su dilatada y exitosa trayectoria sorprende pues sigue su camino personal sin hacer demasiadas concesiones a la comercialidad.
Yo mismo me asombro de que un trayecto como el mío haya podido llevarse a cabo… y seguir, claro, porque no voy a parar. En este tiempo, se penaliza mucho la originalidad. Se busca justo todo lo contrario. Somos más gregarios en los gustos, se requiere a veces más trabajo de marketing, adular al público… Yo no lo he pensado nunca. En «El portero», cuya trayectoria confío que sea muy buena en los aspectos comerciales, no he hecho ningún esfuerzo ni he tenido que violentarme ni hacer concesiones… la película es así, es agradable de ver y espero que gustará. No es ninguna apuesta maliciosa («vamos a hacer esto para que guste»). No tengo la ambición de gustar a todo el mundo a cualquier precio. Prefiero seguir el instinto o el impulso… que, a veces, te lleva al desastre o a tropezar pero eso es indispensable. Lo otro no sabría hacerlo… Pero he realizado spots publicitarios y entonces me ciño absolutamente al encargo. Sin embargo, en cine me gusta más expresar que comunicar.

¿Alguna vez ha tenido que realizar concesiones de ese tipo al hacer una película?.
Hice «La regenta» de Emiliano Piedra y supuso, en su día, para mí, una especie de reválida o de examen para entrar en la industria. Pero es la única película en la que no intervine en el guión. Sólo lo hice con Emiliano para añadirle unas pinceladas de humor porque el guión no me gustaba pues era demasiado melodramático. Esa película no la considero tan mía, si bien, luego inevitablemente dejas tu huella… no hay ningún crimen perfecto.

Las influencias literarias, lo onírico, los cuentos… forman parte de su peculiar universo fílmico.
El punto de partida de mis obras es siempre más próximo a la fabulación, sean los cuentos, los géneros… Siempre he dicho que partiendo de la ficción te acercas a la realidad, mientras que si partes de la realidad para emularla sólo puedes apartarte de ella o disecarla. Mi apuesta siempre ha sido partir de la realidad de una película. Una película es, por definición, una ficción y su contexto es la sábana blanca, o sea, los sueños. Me gusta más partir de ese carácter, sea onírico o sea literario, para luego conferirle vida. Es un trayecto opuesto al habitual que pretende simular algo real como la vida misma («sucedió en realidad» y cosas así…). Yo, en cambio, advertiría «esto pasó de mentira».

«Don Juan en los infiernos» es una película de una factura visual impactante y conceptualmente arriesgadísima. ¿Cuál fue su génesis?
En esta película predominan las imágenes, aunque muchos han hablado de que tenía diálogos excesivamente buenos literariamente. Pero a mi no se me borra el carácter pictórico de las imágenes de esta película, sobre todo el final con Don Juan pasando la Laguna Estigia con el barquero. A mí me gusta mucho la pintura, y esta era una tentativa, una vez más, de aunar una confluencia de artes (literatura, pintura, música…) para producir una emoción que fuera específicamente cinematográfica. Que no sea sólo anecdótica, que se sienta una emoción artística. Esa es una pretensión que persigo siempre y no siempre logro, claro. Efectivamente, «Don Juan…» tiene momentos que recuerdo emocionalmente (la caracola, los personajes en sombra…). Es una película que, con el paso del tiempo, no se olvida (independientemente de su mayor o menor éxito). Contiene imágenes que han quedado en la memoria y, frecuentemente, te encuentras gente que te habla de esos momentos como si la hubiera visto ayer. Esta película provoca sensaciones que todavía perduran, que aún siento vivas. En definitiva, es lo que ocurre con el cine: no nos acordamos tanto de las historias, de los temas… Como en la vida, te acuerdas de gestos, instantes, sensaciones y eso es lo que persigo: que haya algunos de esos momentos (que a veces salvan una película) que constituyan una emoción específicamente cinematográfica.

Ha hablado de los géneros. Ud. los cultiva pero a su modo.
Los utilizo pero como punto de partida. A mi la realidad no me interesa tanto. Si pudiera la cambiaba. Entonces lo que hago es tratar de inventarla pero como no se puede partir de la nada (en ese aspecto, confieso que mis pretensiones no llegan hasta ser Dios), inevitablemente tienes que coger un esquema, ya sea un mito, un género, etc… Muchas veces hay que recurrir a lo que llamamos géneros menores o, en «El detective y la muerte», un cuento de Andersen. Eso me sirve de pretexto para poder arrancar e irme a otro sitio. Porque luego, incluso con cosas que he escrito yo, las he «traicionado» y he navegado a partir de allí rumbo a otra parte.

¿En los rodajes es muy fiel a sus guiones o se deja llevar por la intuición?
Me dejo llevar por lo que puedo, porque en el rodaje incluso olvido el guión. Nunca se me verá con un guión en las manos. Muchas veces, tengo que preguntar que película estamos haciendo(risas)… Porque juego y lo consigo. Juego a olvidarme para ser como el primero, como si lo descubriera, como si estuviera pasando por primera vez… porque lo otro se parece más a rellenar el álbum de cromos: todo ya está escrito, así que vamos a hacerlo para ponerlo en su sitio. Prefiero esa sensación de aventura aunque sea trucada. Muchas veces si no hubiera escrito el guión, sería sospechoso de no haberlo leído.

Actualmente, en cambio, prima el llevarlo todo previsto al milímetro (guión, ángulos de cámara…). Todo muy calculado y mecánico.
Depende de temperamentos. Hitchcock, por ejemplo, llevaba todo dibujado y previsto. Yo prefiero irme a encontrar «algo». En cada fase, hasta en el montaje donde te ciñes a lo que has rodado, me gusta tener la posibilidad de encontrarme algo nuevo. Me excita.

Algunos le achacan a su obra poco sentido del humor. En este sentido «La Reina anónima» es una de las comedias más extrañas que se hayan podido ver.
Pero es porque se pretendía entender cuando, realmente, era un vodevil desaforado. Esta claro que «La Reina anónima» se aparta de la comedia al uso y a lo mejor les parece raro o abstracto. Posiblemente, me equivoqué haciéndola en un estudio y dejando que tanto el vestuario como el decorado acentuaran esa sensación de extrañeza, cuando a lo mejor hubiera sido mejor darle un tratamiento costumbrista aunque pasaran cosas extraordinarias.

A mí me gustó el tono irreal del filme. Conseguía que la parte de realidad y los delirantes flashbacks que ilustraban los extraños relatos del personaje de Gabino Diego se reforzaran mutuamente.
Si, es armoniosa. En ese sentido, es una película coherente. No hay notas falsas. Es de las pocas que he visto recientemente y me ha parecido que es homogénea en el tono. Es como un juguete pero las piezas encajan y una vez más nos topamos con una mezcla de géneros o realidades: En un momento dado, entra la fantasía, en otro, hay escenas típicas de vodevil con armario incluido. En «El portero» pasa algo parecido, aunque espero que, en cambio, no asuste a nadie. Pero hay una mezcla también: el humor transita desde un tono de farsa burda, llevada a sus últimas consecuencias, hasta un tipo de comedia más soterrada, una cierta epicidad y una cierta emoción dramática. Todo esto mezclado con la belleza de las imágenes, algo frecuentemente denostado. Me gusta tratar de unir contrarios que, normalmente, se tratan por separado en las películas.

El equilibrio entre comedia y drama es algo muy difícil de mantener.
Si, es muy difícil. En el caso de «El portero» estoy muy contento en ese aspecto. La mezcla está muy conseguida. Y lo digo sin pudor pues no depende sólo de mí. En cine, no depende nada de una sola persona. Es una confluencia de elementos. Para que las cosas salgan bien, a veces, se depende de un estado de gracia, confrontado a la fe que, a veces, es una tortura. La fe de obtener algo a través de la lucha. Mi película anterior, «Mi nombre es sombra», pese a que me encanta haberla hecho, es todo lo contrario. Está demasiado contraída, se nota la tensión, el combate por dominar los elementos. En esta, no. A pesar de las dificultades (que, a toro pasado, se dice que son lo de menos), hay armonía y cierta placidez en mi actitud hacia la película.

El estilo de Gonzalo Suárez es inconfundible. ¿Cuales son sus influencias literarias y fílmicas?
Uno, a veces, es consciente de ellas a posteriori. Influencias literarias tengo muchas: la literatura rusa, Dostoievski, Maupassant, Jardiel Poncela… En cine, también me resulta muy difícil enumerarlas. En «Parranda» he notado, con el paso del tiempo, una gran influencia de Peckinpah en momentos determinados… pero es que también nos parecíamos en el sentimiento épico, en ese avanzar hacia no se sabe dónde (hacia la muerte o hacia no importa qué…), pero no detenerse. Hay una emoción que es específicamente cinematográfica. Por ejemplo, «Grupo salvaje» no depende tanto de lo que pasa. No te interesas tanto por la historia como por la pulsión de las imágenes.

Lo que no le ha influenciado es la misoginia de los filmes de Peckinpah.
Peckinpah sigue la tradición del western y, en este género, la mujer es menos importante que el caballo. En mi caso, es todo lo contrario. Hasta en «Don Juan…», Doña Elvira es una mujer admirable y no está tratada como una víctima. Tiene personalidad, carácter. Necesito que las mujeres tengan el atractivo de la inteligencia. A veces, esto es lo que se me reprocha: que mis personajes hablan de una forma muy inteligente, diciendo lo que sienten. Pero eso es lo que me gusta ver cuando voy al cine. Con personajes como los de Tarantino no me gustaría compartir ni un trayecto en ascensor.

Pero, en el cine, cada vez abunda más ese tipo de diálogos intrascendentes pretendidamente realistas.
Yo creo que hay prejuicios. Yo estoy más cerca, sin equipararme y con perdón, de Shakespeare que de Tarantino. En Shakespeare, los personajes hablan, vaya si hablan. Cuentan lo que les pasa y así los conocemos. Y ahora, todo eso se considera que es falso cuando es al revés para mi. Tampoco les gusta que las imágenes sean muy bellas porque consideran que es menos verdad. Pero en la vida real, si te asomas, todo tiene relieve, todo tiene color. Estos prejuicios son una herencia del neorrealismo y de haber homologado el blanco y negro como más próximo a la realidad.

Cuando no hay nada más falso.
Claro.

Ya que hablamos de esta concepción feísta de la realidad. ¿Qué opinión le merece el movimiento Dogma 95?
No me gusta ninguna limitación a las enormes posibilidades del cine, y, paradójicamente, siendo una aparente facilidad es una limitación. Y además, una limitación continuamente falseada. No he visto ni una sola película que respete esas normas, así que no sé porque quieren hacérselo tragar a la gente. Es un camino hacia el «Gran hermano». A mí tampoco me gustó el «Cinema Verité». Prefiero toda esa generación de cine francés con la que acabó la «Nouvelle Vague», que fue tan cruel con sus ancestros como la revolución Cultural China. Yo prefiero partir de la ficción pero reconozco que también hay obras realistas magníficas. En definitiva, no se puede dogmatizar. No valen Dogmas.

¿Por qué cree que hay ese prejuicio respecto a los diálogos elaborados en el cine, tal y como a ud. a menudo le achacan?
Se piensa que lo que refleja la realidad es lo más gregario. La cultura ha bajado mucho su nivel. Algunos dicen que a causa de la TV. La TV es un gran medio que nos permite, incluso, ver películas olvidadas. El problema no es el medio sino su utilización. En el cine, hay una tendencia parecida a la de las hamburgueserías: No importa rebajar para dar de comer a más. Esto es muy respetable pero mi visión de la democracia es la opuesta. Hay que hacer que todos tengan acceso a todo pero no hacer todo accesible para todos. Eso es el pensamiento único. Hubo un momento alarmante, cuando los intelectuales, demagógicamente, simpatizaron con los culebrones. Respeto el género pero me horroriza, no me gusta. Todos eran muy conniventes porque era la mayoría la que los veía. Como pasa con «El gran Hermano», que me no me interesa nada (ni voy a convivir con ellos ni los voy a meter en mi casa) pero los intelectuales les hacen el juego. Hay que aceptar la realidad: una mayoría consume ese tipo de programa porque, además, ha sido preparada para ello pero hay que recordarles que no sólo existe eso. En cine, no hay porque tener esas servidumbres. Yo quisiera creer que el cine está en sus comienzos. Es un arte tan joven… Tiene 100 años y, afortunadamente, pese a todo esto, todavía hay películas que me reconcilian con el cine como arte.

¿Podría destacar alguna de entre las últimas que ha visto?
«El sexto sentido» me ha gustado mucho. Dejando aparte los sustos, la sorpresa, etc… me ha impresionado, pese a ser una películas convencional, porque tiene por debajo una corriente de verdad que me emociona. Es una utilización del cine para fabular que me ha gustado. También está «Una historia verdadera» de David Lynch que posee el espíritu de Peckinpah pero sin violencia. «Oscar y Lucinda», por ejemplo, es una película con muchos medios pero muy difícil y me pareció soberbia. También me gustan directores como Clint Eastwood. También me gusta mucho como director Sean Penn.

¿Y películas españolas?
Con las películas españolas tengo una relación diferente, porque por lo general no tengo afinidad. Pero me gustan Trueba, Almodóvar, Amenábar, toda esta gente que hace un cine soberbio y están muy dotados técnicamente y saben muy bien lo que quieren. Lo que pasa es que yo prefiero no saber muy bien lo que quiero.

Me sorprende un poco su selección, un tanto convencional teniendo en cuenta su estilo.
En los 60, uno se lanzaba a inventar el cine. Ese soplo se ha perdido. Todos estamos entrando en el mercado. Existe una ideología que es la del mercado y el que se sale paga las consecuencias.

¿Cuál cree que es el futuro del cine compitiendo contra vídeo y TV? ¿Podrá sobrevivir como arte?
Yo creo en el futuro del cine, incluso con los nuevos medios. Por un lado, globalizan y vulgarizan pero, por otro, nos hacen tener acceso a todo. A río revuelto, ganancia de pescadores: a veces, hay buenas películas que se cuelan. Ahora hay posibilidad, como nunca, de hacer gran cine. Eso sí, tomando riesgos, naturalmente, y llevándote batacazos. Prefiero ese carácter de aventura a servirte como si fueras un plato de un restaurante que está en el menú y eres claramente un producto de consumo. Claro que ahora, con la promoción, ya se sabe todo antes de ver la película. Lo que odia el público y los críticos, en general, es llevarse una sorpresa. Enseguida reaccionan como si algo estuviera hecho para tomarles el pelo, se cierran a ello. En este momento, a la gente le gusta saber que es lo que va a ver y que cuando lo vea sea exactamente como se lo había imaginado. Eso es desconcertante, porque a mí me gustan mucho las sorpresas, ir por intuición y descubrir, de repente, una película. Aunque cada vez es más difícil.

Share

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *